La voz de Cerati me llevó a pensar en un joven de mediana estatura con cabello rizado caminando hacia mí y mi acompañante enfundado en una chamarra de cuero. El joven de cabello rizado y chamarra de cuero me llevó a pensar en otro joven, en uno más alto y extremadamente delgado que lo mismo me sonríe que me regaña y me abraza. El joven alto me llevó a pensar en una niña de coletas sentada en una banqueta platicando con un niño tímido y callado. Ambos niños me llevaron a pensar en una temerosa clase de catequesis en una casa habitación oscura. La clase de catequesis me llevó a pensar en una iglesia de pueblo con el atrio lleno de pasto y aves. La iglesia y su atrio me llevaron a pensar en una quinceañera con vestido lila, sonriente y hermosa como nunca en su vida. La sonriente quinceañera me llevó a pensar en la pintura nocturna de un bosque y la imposibilidad de transportarlo debido a su tamaño. El tamaño del cuadro me llevó a pensar en una tarde lluviosa y en un grupo de jovencitas de secundaria mojándose a media calle. La lluvia y las jovencitas me llevaron a pensar en la fachada de una casa rústica y acogedora. La fachada de la casa me llevó a pensar en un joven alto y bien parecido resguardando cuadros en la sala de su casa. El joven, me llevó a pensar en una niña llorando con la cara hundida en el pecho de una señora que por todos los medios trataba de distraerla de la aguja que se aproximaba peligrosamente a su brazo.
La niña y la señora me hicieron pensar en mí y en mi miedo.
De manera egoísta terminé pensando en mí y en mi miedo a las ausencias. Dios sabrá los caminos que toman mis recuerdos para aterrizar en mí después de haber viajado por incontables escenas.
Y pensar que todo comenzó con la voz de Gustavo Cerati.
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