Apenas creo que el 2010 dejó caer su día 365.
Ahora vengo a recordar lejano y polvoriento el pasar del tiempo en ese veinte diez que me pareció tan prometedor, tan lleno de cosas buenas y dulces, cosas rosa pastel... y que terminó siendo un año lleno de duros tropiezos y de lecciones sangrantes.
Se acabó el año del bicentenario y del centenario, año de los dos sucesos más importantes de la historia nacional. Y como México festejaba su Independencia y su Revolución, no podía yo, menos que unirme a ésta gran celebración, emulando lo acontecido hace tanto.
Comencé la hazaña con la mínima diferencia de que yo primero inicié una extenuante y dificultosa Revolución para pasar después a firmar los tratados de Independencia.
No haré recuentos de pérdidas ni nombraré todos los inmuebles que cayeron en calidad de cenizas tras haber explotado, tampoco pediré minutos de silencio por todas aquellas gotas de agua salada y glóbulos rojos que gastaron sus vidas y dieron su último suspiro en los desolados y siempre secos campos de batalla.
No hablaré sobre nuestras derrotas, ni sobre el enemigo, tampoco hablaré de las veces que sin fuerzas y con heridas mortales me dejé caer de bruces sin importarme absolutamente nada.
Eso, ya es historia y aunque mi dolorosa memoria guarda las escenas con recelo, la palpitante esperanza que me llega en forma de mensaje texto, de llamada, de caramelo, de canción, de intermitente luz naranja en mi pantalla, me recuerda que la historia no es preciso repetirla a diario, me recuerda que basta con honrarla, dándole su lugar en los cimientos y no en las emergentes ramas.
Me recuerda mi victoria y mi despertar...y por supuesto, me recuerda, que no estuve sola.
Se acabó...se acabó el veinte diez....