domingo, 18 de abril de 2010

Domingo de tianguis

Hoy fué Domingo de tianguis y me ví obligada a caminar bajo lonas de colores demasiado vivos como para soportarlos sin fruncir el ceño.
No sé si era yo, pero me dió la impresión de que toda la gente había recibido una dosis desmedida de loratadina; andaban como zombies, chocando unos contra otros y todos contra mí; su paso era lento y mostraban muy poca dirección y escasa conciencia del espacio y la temporalidad.


Ví cualquier cantidad de gente con todos los rasgos faciales que puedan imaginarse, y estoy prácticamente segura de que me encontré muchos que ni siquiera pueden imaginar. Me perturbé descubriendo que todo aquellos rostros compartían algo de lo cual yo carecía.
Todos ellos, además de tener el azul del estupor ocasionado por la loratadina y el blanco de la anestesia neuronal, tenían un brillo que iba del rojo al amarillo pasando por el naranja.


Todos ellos eran felices en diferentes grados ¿y yo?, pues...¿para qué les miento?, había amanecido con humor de anacoreta cuando se encuentra de vacaciones navideñas con toda la familia reunida.
Una descripción detallada de mí, ciertamente hubiera considerado el calificativo "feliz" como última opción.

Y los odié, los odié ipso facto, solo me hizo falta verles la cara a cada uno para que mi estómago se convirtiera en una licuadora de jugos gástricos; incluso los colores de los globos y los sabores de los esquimos se convirtieron en un defecto contundente.
Balbuceé entre otras cosas una gran serie de groseras sentencias y de esa forma volví a casa, con una enorme úlcera gástrica cocinándose debajo de mi blusa...

"con los pelos de punta como un súper sayan señalo con el dedo al cielo clamando venganza, quizá debieran detenerme por que pienso cometer un crimen antes de marcharme"

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